LA CUARESMA, EL AÑO DE LA FE Y LA
RENUNCIA DE BENEDICTO XVI
Con la imposición de la ceniza
dábamos comienzo al tiempo litúrgico de la Cuaresma.
Como afirmó Benedicto XVI
a través de Twitter “la Cuaresma es
un tiempo favorable para redescubrir la fe en Dios como fundamento de nuestra
vida y de la vida de la Iglesia”.
Este
es un tiempo de gracia, de reencuentro con Dios mismo, tiempo de reinicio. El
ser humano en su imperfección necesita de la fe y del encuentro con el Señor.
Intentemos ser cada día mejores, mirarnos en el espejo del prójimo y así llegar
a la primavera de la Pascua. Jesús nos
servirá de guía domingo tras domingo para que nos perfumemos y salgamos a la
calle radiando felicidad pese al ayuno y a los sacrificios que podamos hacer. Como
Él nos dice no hagamos como los hipócritas que se desfiguran la cara y se
sientan en las primeras filas para que los vean. Somos cristianos y debemos ser
como la sonrisa de Dios. La Cuaresma fundamentada en la fe y en la búsqueda
interior es un tiempo de meditación y debemos aprovecharlo.
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Benedicto XVI despidiendose de sus fieles. |
Este año enmarcamos el tiempo
cuaresmal en el Año de la Fe (Annus Fidei)
y que mejor contexto que ese para vivir estos cuarenta días.
Su Santidad
Benedicto XVI ha instaurado este Año para que los cristianos de todo el mundo
sintamos la importancia de la fe como la columna vertebral de nuestra
existencia. Fe como fuerza de salvación, la fe del Señor, la fe que incluso al
mismo Jesús se le tambaleaba en Getsemaní. Cristo como hombre también rogaba a
su Padre que le incrementase la fe con la fuerza del Espíritu.
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Escudo papal hasta 2010. |
El Papa en una de sus audiencias
del pasado enero expuso que encontrásemos la fe en las Sagradas Escrituras,
desde Abrahán –el padre de la fe– hasta el sello de la Nueva Alianza en Cristo.
El Santo Padre nos anima a reflexionar sobre el
“creo en Dios” una labor cuaresmal compleja, sin duda, pero necesaria.
Benedicto XVI necesita de nuestra
fe, de la fe en la Iglesia y de los deseos de regeneración apostólica. Todos,
religiosos y laicos, hemos quedado sorprendidos tras conocer la noticia del
pasado 11 de febrero. Una renuncia que hacía siglos que no se producía y que
abre el debate de la sucesión. Como cristianos no debemos juzgar los motivos de
la renuncia. La suciedad del mundo nos puede abatir a todos: “el mal trabaja
para ensombrecer, para ensuciar la belleza de Dios”, proclamó el pasado sábado
el Papa en su última jornada de ejercicios espirituales.
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Escudo con tiara. 2010-13 |
Hoy a las 8 de la tarde la
cátedra de Pedro quedará vacante y el papa Ratzinger se retirará a Castel
Gandolfo, primero, y en dos meses pasará el resto de sus días en el mismo
Vaticano, en el Monasterio Mater Ecclesiæ. Será Papa Emérito y seguirá
ostentando el nomenclátor de Su Santidad, pero sin interferir en la vida de la
Iglesia. Hoy a su despedida ha prometido fidelidad y obediencia al nuevo
pontífice ante los cardenales.
Todo el mundo cristiano se pone
en la piel del Papa ante su renuncia y su abatimiento pues la tarea de
capitanear la Barca de Pedro no es sencilla cuando azotan fuertes vientos.
La Barca, como la fe, puede
zozobrar. Esperemos que el mismo Cristo consuele al Papa saliente e infunda en
el nuevo la valentía y la dedicación que estos nuevos tiempos se merecen. Así,
armador y capitán podrán llevar la Barca a buen puerto.
Que así sea.